domingo, octubre 09, 2005

¿Y tú cuándo te quitas la camisa?

En los altavoces: The Libertines - Can't Stand Me Now


Hoy puedo decir que ayer lo conseguí. Lo logré.

Anoche hice realidad el sueño de muchos hombres de este país que todavía se llama España.

Hoy puedo decir y digo que ayer estuve rodeado de ochenta y cinco mujeres cachondas perdidas. Salidorras. Y hay que ver el peligro que tienen las mujeres cuando se juntan unas cuantas para una despedida de soltera. No os podéis imaginar lo que son capaces de hacer cuando arrejuntan al mismo tiempo la valentía del grupo con la deshinibición del alcohol y los pensamientos impuros. impurisisísimos.

A los únicos camareros que íbamos vestidos, Lucas y yo, no paraban de hacernos propuestas indecentes. Yo creo que lo de Lucas casi que se puede considerar acoso sexual, pero sobretodo y antetodo psicológico. Nos costó lo nuestro (y lo de ellas) llegar al final con la camisa y el chaleco en su sitio. Pero eso sí, con el culete dolorido por los cachetes.

La sensación de ser observado por alguien de manera persistente es, cuanto menos, angustiante. La sensación de ser observado pecaminosamente por ochenta y cinco féminas en celo, no.

Los demás camareros (a los que no hacía falta quitarles la ropa porque ni la llevaban), los musculitos, los guaperas, los encargados de hacer aumentar la temperatura de La Sweet (la discoteca-saladefiestas donde organizan las despedidas), se pusieron las botas. Los magrearon por todo. Les chuparon. Hubo hasta amagos de folleteo en alguna mesa con la excusa de 'la foto'. Peeeeeeeeero, una cosa muy importante que las ochenta y cinco mujeres de mirada sucia, mente calenturrienta y manos obscenas no sabían, es que la mitad de aquéllos, además de guays, son gays. Y yo me parto y me mondo.

Y con los shows de los strippers (no sé si se escribe así per me da lo mismo) ya ni os cuento. Ahí las muchachas se dejaban llevar por su lado más animal y por la impureza sessual más radical y eran capaces de hacerles cualquier cosa a los strippers, inclusive lo que ellos les pedían. Ahí ya hubo toqueteos de paquete y más, muuuucho más. Hasta un conato de felación. Los restregamientos genitales era lo más light. Pero yo cuando flipé en colores fue cuando uno de los dansinqüins, de pie, se colocó a una futura esposa en minifalda sentada sobre sus hombros en dirección contraria a la suya con las piernas abiertas y emuló un cunnilingus. Y la chica más feliz que unas pascuas, acompasando incluso sus movimientos con los de la cabeza del tío. Y la jauría de lobas hambrientas de sexo gritando como descosidas y pidiendo máaaas, máaaas queremos máaaas. Unas posesas.

Total, que anoche aprendí una lección muy valiosa: la futura madre de mis hijos jamás hará despedida de soltera. Es más, jamás irá a una despedida de soltera.

Por encima de mi cadáver.

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